viernes, agosto 04, 2006

EN EL TREN




Vamos al colegio en tren.

El tren que me aleja o me acerca, que en todo caso me lleva, marca el paso impaciente de este viaje. Se suceden campos de pastos baratos, casas viejas y achacos, golpes de sol y aire caliente. Todavía me falta un buen trecho hasta la estación, pero yo ya la huelo en la gente que me acompaña. Ellos también llevan su nostalgia impregnando sus ropas. Y yo, que soy de acá nomás, no acabo de entender mi ansia de viajar, pero me dejo llevar por ella. Imagino el día que me espera y se me eriza la piel.

Y voy al colegio. A verla...

Me fijo en alguien que viene mirándome desde hace rato. Me sonríe. Yo le lanzo una mirada acuosa sin pestañear y, mientras le devuelvo la sonrisa, me asalta la ternura queriendo acariciar ese rostro ovalado. Me aproximo a ella sin dejar de mirarla y me siento en el hueco que me tiene preparado. Compartimos palabras, paradas y arrancadas nuevamente. De repente somos cómplices en este viaje que ambos llevamos en paralelo. Olvidamos el equipaje y nos zambullimos uno en las aventuras del otro. Risas, humo a espaldas de la “normativa vigente”, y muchas miradas entrecortadas que quisiéramos fijar en los horizontes del cuerpo del otro. El deseo. Finalmente mi estación, y un beso que detengo en su boca largamente. Y una caricia para enmarcar ese rostro ovalado entre mis manos. Un beso joven y eterno y una caricia melosa. Sellamos la despedida con números de teléfono que no sabemos si algún día marcaremos, pero en nuestros bolsillos quedan como pellizcos dados a la esperanza. Bajo en el andén con los bolsillos llenos y me pierdo de nuevo entre el paisaje de ventana mientras el rubor se baja también poco a poco de mis mejillas.

Todo eso por una sola estación. ¿Qué ocurrirá cuando hagamos una viaje largo?